martes, 27 de diciembre de 2011

¿Preparado?

Sabes que ese día llegará. No cuándo ni cómo, pero sí que llegará. Es tu única ventaja y tu peor castigo. Aún así nos aferramos al aspecto, en esfuerzo optimista, de que ello supone tu única esperanza de sobrevivir a tu aciago destino. No queda otra opción, toca centrarse y prepararnos para lo inevitable.

Tras una noche de confidencias y reflexiones con tu almohada, te levantas somnoliento, repasando mentalmente el plan de acción. Sales temprano rumbo a la tienda más cercana. No llevas lista, durante una noche de vigilia sobra tiempo para memorizar todo lo necesario. Buscas cada artículo y no reparas en gastos. Eliges, simplemente, el mejor. Antes de añadirlo a la cesta lo miras dubitativo, preguntándote cómo demonios se usará aquel trasto, acabando por dejarlo sobre el resto. Pagas, lo que bien supone la fianza por tu vida, y vuelves a casa con un saco repleto de cosas que nunca usaste, ni pensaste que necesitarías jamás.

Ya en tu sofá, de entre la multitud de herramientas de aquella bolsa, sacas un pequeño libro, una guía que te ayudará a entrenarte para lo que está por llegar. Se convierte en tu libro de cabecera y, en pocos días, lo tienes más que memorizado. Él te enseña cómo usar el resto de artilugios que adquiriste, cómo hacerte con ellos hasta que supongan una extensión más de tu cuerpo. Entrenas noche y día, mente y cuerpo. Durante semanas no hay ocio ni ningún respiro, sólo la rutina del más duro adiestramiento.

Un mes más tarde, tu cuerpo es una roca que ni el más puro diamante rayaría y tu mente es el muro más infranqueable jamás construido por el hombre. Las herramientas, desconocidas días atrás, se han convertido en una férrea armadura, tan íntimamente unida a tu cuerpo que casi forman parte de ti. Los movimientos ensayados surgen naturales y ágiles, y tus reflejos están a flor de piel.

El día anunciado llega sin mayor trascendencia. Sin avisar, aún habiéndose anunciado tiempo ha. Tú estás preparado, tanto como si hubieras nacido para aquel preciso y detallado instante. Todo ha sido calculado, todo fue compensado por tu entrenamiento. Todo estaba preparado.

Y aquel momento pasa y la ilusión se desvanece. Tal tenaz voluntad es traspasada sin mayor resistencia. Te mueves torpe, descompasado, sin saber cómo usar tus útiles. Tu armadura se afloja y cae, haciéndose añicos y tú lo olvidas todo. Ya ni recuerdas para qué te preparabas ni cómo lo habías intentado. Ni si quiera eres capaz de vislumbrar cómo te sentías antes de que aquel golpe te tumbara. Sólo te queda sonreír, mofarte de tu propia inocencia, en los últimos instantes que te restan de lucidez mental antes de perder la conciencia, o algo más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué te ha parecido el texto?