Por más que la observo, sigo sin poder creerlo. Se parece tanto a esa de antaño. La misma palidez, el mismo brillo.
Jamás pensé volver a verla, pero ahí está. Frente a mí. Mirándome fijamente. Esperando que continúe mi camino para volver a hacerme trastabillar, para volver a tambalear mi ordenado mundo.
¿Se trata de la misma piedra en la que he tropezado una y otra vez? Parte de mí espera que lo sea. Parte de mí recuerda que hubo una vez que tropecé pero no caí, sino que me arrodillé. Pero esa es. con toda seguridad, la porción más ilusa de mi ser.
Ahora, con las rodillas magulladas y con el recuerdo, aún fresco, de la última gran caída, la decisión está tomada. Espero que mi andar no me traicione, que mis pies me respondan. Espero poder dejar atrás la hermosa piedra que tanto se parece a la primogénita de todas. Aquella tras la que me arrodillé, aquella que no supe sostener y aquella que debió quedar atrás para no volver.
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