viernes, 6 de septiembre de 2019

Kara

Para alguien que escribe historias e inventa personajes con relativa facilidad, siempre me ha costado horrores el mero hecho de elegir nombres.

Quizá por eso, para facilitarme la tarea y acotar un poco las inmensas posibilidades disponibles, me inventé ciertas reglas que me autoimpongo en una suerte de "tradición" y que me ayudan con mi indecisión.

Para explicar de dónde viene el nombre de Kara, hay que remontarse a varios años atrás. Si me preguntan, yo siempre digo que es el nombre de un personaje mío al que tengo mucho cariño. Kara Silverlock, mortífaga que experimentaba con sangres sucia; quizá de ahí le viene la vena traviesa a mi Karota. Pero el origen del nombre va mucho más atrás y tiene mucho que ver con el apodo que últimamente uso por internet: Karatoraba.

Cuando empecé a escribir con otras personas y no sólo desde la soledad de mi teclado desconectado, unas de estas primeras historias en conjunto estaba basada en una obra cuyos villanos poseían nombres de arquitectos famosos españoles, aunque con sus nombres en cierto modo japonizados. Cuando creé un malo maloso bajo esa ambientación me vi en la tesitura de buscar un arquitecto conocido, incluso para profanos en el tema como yo. Era mi segundo personaje en aquella historia y el primero, por exigencias del guión, tenía como iniciales SK. Grata sorpresa la mía cuando descubrí que esas iniciales encajaban perfectamente con las del nombre y apellidos de un arquitecto famoso, eso sí, adaptados a cómo lo pronunciaría o transcribiría un nipón: Santiago Calatrava, o Sanchiago Karatoraba.

Había nacido una tradición. Más o menos.

El resto es historia, que dirían. Desde entonces casi todos los personajes que creé compartían esas iniciales, o al menos su nombre empezaba por K. En el caso de Kara, Kara Silverlock, no sólo era la acortación del dizque de Calatrava, sino que además encajaba con la personalidad extravagante de Cara Delevigne, que me inspiró para el personaje. Todo volvía a encajar, ¿por qué resistirme a tal nombre?

Así que sí, el nombre de mi perrita Kara es original, y en cierto modo creado por mí. Y estoy muy orgulloso, no sólo de haber elegido ese nombre, sino de que además no haya tenido ninguna duda en mi elección desde el primer momento.

viernes, 23 de agosto de 2019

Algo termina, algo comienza

Si aquel día, después de caer la noche, alguien se hubiera arrastrado furtivamente hasta aquella torre, erigida, desafiante, tratando de arañar las nubes con sus garras. Si alguien hubiera conseguido sobrevivir al fiero oleaje y a la vertical ascensión de la roca. Si hubiera trepado, alcanzando la entreabierta ventana, habría visto en su interior, bajo la escasa luz de una única vela, un pequeño papel que se agitaba frente a ella. Habría visto también a un hombre a medio vestir, que asía ese trozo de pergamino con fuerza, hasta casi hacerlo crujir. Hubiera distinguido como éste, bajo el amparo de la privacidad de sus aposentos, dejaba entrever sus dientes. Habría visto también como éstos brillaban con especial fulgor, mientras sus verdes ojos releían una y otra vez las escasas líneas. Habría oído, quizá, si pegara la oreja al cristal, como una pequeña carcajada despertaba en lo más profundo de su vientre, aunque nacía murmullo ya en la boca.

Pero aquello no habría sido posible. Nadie podía verle. La torre formaba parte de una fortaleza inexpugnable, impenetrable, invicta durante siglos. Nadie podría haber ascendido por la Roca, nadie habría alcanzado jamás la ventana ni habría podido atisbar lo que al otro lado de ella se acontecía. Nadie, pero no nada. Algo sí lo había logrado. Algo había llegado hasta la cornisa, se había posado sobre la piedra y esperado a ser recibido. Algo que portaba un mensaje, uno que había sido leído hasta la saciedad. Palabras que habían llegado prestas, obviando al maestre, directamente a sus manos. Palabras que habían despertado al león durmiente bajo la Roca.

— Oye mi rugido. — susurró a la nada.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Yo no decido

¿Qué sentido tiene siquiera que me lo plantee? No habrá diferencia alguna. No creo que haya tomado ninguna decisión en toda mi vida. Podría fácilmente elevarme en el aire, ascender hasta cortar aquella aciaga trayectoria y ser el héroe del día. Pero, ¿debería? O, mejor dicho: ¿tendría mérito alguno si me decidiese a hacerlo? Mi tierra me ha dado la capacidad para ello. He entrenado mi habilidad desde que la descubrí, cuando apenas podía aún sostenerme en pie. Ni tan siquiera supondría un reto para mi psique, cuanto menos para mis músculos que no trabajarían más de lo que lo hacen ahora, estando de pie.

Todos los sistemas fallaban, no quedaba duda alguna a poco que atisbaras la multitud de luces rojas que parpadeaban arrítmicamente. Cualquier pasajero lo habría adivinado; para el piloto era más que evidente. Aquel planeta parecía atraerlos como si estuviera sediento de ellos. Toda esperanza se disipó cuando la melodía lumínica cesó. La calma se apoderó de los controles y todo podría haber parecido en orden de no ser por el ensordecedor sonido que aún describía la nave en su caída libre.

Todo se detuvo súbitamente. Él lo había logrado, una vez más. El sonido dejó paso a más blanco silencio. La gravedad a la quietud de la levitación. Quien mirara por uno de los pequeños ventanucos del navío vería a su salvador, suspendido en el aire con un brazo extendido hacia ellos.

Ya ha sido escrito. Y antes imaginado. No he sido yo, sino la pluma sobre el papel quien ha tomado la decisión. ¿Para qué plantearme nada? No hubiera habido diferencia alguna. Nunca jamás tomé una decisión.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Lastre


Llevaba demasiado tiempo esperando aquello. Junto a él pendía un calendario con todos los días tachados, todos salvo el presente. Su estómago, vacío tan de mañana, bullía incesantemente. No tenía hambre ni esperaba tenerla. El día había llegado y él no parecía estar preparado.

Se levantó en un esfuerzo sobrehumano. Al erguirse sobre la cama, notó con sus pies la maleta junto a su lecho. Maleta que aún no sabía cómo había logrado hacer la noche anterior. Dirigiéndose a la cocina, se autoconvenció de que debía tomar algo, aunque sólo fuera un café para acabar de espabilarse. Debía estar a la altura de aquel día, pues el momento había llegado. Sin embargo nada en él parecía dispuesto para lo que estaba por llegar. La cama aún le llamaba, podía oírla desde el otro lado de la casa. Aún pesaban sobre él las sábanas. Sus párpados no parecían querer elevarse por mucho tiempo. Sorbió el café poco a poco hasta que se hubo despertado del todo.

Abrió los ojos y se levantó. De nuevo sus pies golpearon la maleta. La asió y cargó con ella, con las sábanas, con sus párpados. Recorrió el túnel y entró en el avión. El día había llegado.

viernes, 17 de agosto de 2018

Nudos en la garganta

Existen nudos de garganta, cerrándose tan fuertemente, que capaces son de retener cualquier cosa. No dejan escapar el aire, sólo resuellos que ni a formar palabras alcanza. No dejan pasar, más allá de su entuerto, ni la más mísera gota de sangre. Tus brazos se entumecen, tus muñecas dejan de responder y tus dedos ya no se mueven al son de sus pensamientos. Ese nudo retiene ante sí, cuan muro de acero, cada sentimiento, pensamiento y manifestación del alma que de tu cerebro brota. Detiene tus ideas hechas palabras, hechas de aire o tinta, mas palabras.

Maldita sean esos nudos que paralizan, que silencian completamente. Ni tus labios se mueven, ni tus gestos expresan nada, ni siquiera puedes escribir lo que sientes, pese a tener las manos liberadas. Sólo tus ojos alcanzan a decir algo, vagamente. Son nudos que detienen aire, tinta y sangre. Que emponzoñan tu mente con pensamientos estancados que pronto serán olvidados.
Bendita esa mano de gracia marinera que a desatar el embrollo llega. Que se aferra a tu garganta para devolver el flujo que ella mismo cortó. Que devuelve el aliento a tu boca, la pluma a tu mano y la sonrisa a tu rostro.

Porque el río debe seguir su curso para correr claro y sereno, retén cerca tuya a esas sanadoras manos. Pues los nudos volverán y el ahogo con ellos, pero fluir el río debe, sin cese.

En calma

Frente a mí, inerte, el hombre al que acababa de matar. Mi cara reflejaba el dolor más agudo. Estaba fuera de mí, con los ojos desencajados, abstrayéndome de aquella escena. En mi interior permanecía sereno. Sabía que había sido en defensa propia y no tenía el más mínimo remordimiento por lo que acababa de hacer.

Fingí como mejor sé, que no es poco. Fingí arrepentimiento, pesar y aflicción. Sabía que era lo que esperaban que sintiera, aunque mi mente siguiera calma.

jueves, 16 de agosto de 2018

Ese día te noté a mi lado

Supongo que hasta que no crezca un poco más, endurezca sus rasgos y pierda esa risueña cara, me seguirá recordando a ti.

Era su cumpleaños y él pura energía. No cabía en su piel de la emoción, como cualquier niño a la tan corta edad de cuatro años. Ni dejaba al resto, ni paraba él de hablar. Todos disfrutaban de esa brisa de alegría en forma de sonrisa infantil en una familia que siempre ríe, por muy malos que sean los momentos. Y yo lo hacía el doble, porque no podía evitar ver tu mano sobre él. Un niño que no te recordará, que no te amará, que no te llamará tata; pero uno que te tuvo, que te amó y amaste, y al que cambiaste para siempre.